A finales de enero del sur
han llegado de improvisto
unos vientos
cálidos.
Sus lenguas tibias y violentas
se adentran por las oquedades
del bosque sacudiendo
los grandes pinos viejos,
como el aliento de la dakini
sacude el tuétano entumecido
por los fríos de invierno
del viejo ermitaño solitario
en la quietud del silencio olvidado.
Los brotes de los almendros
se desperezan tímidos,
inseguros aún, del letargo
y se alborozan en el pulso
de la vida nueva
que late dentro y les llama ya
al renacimiento.
La masa arbórea es un mar
agitado en remolinos desordenados.
Las nubes pasan raudas
no queriendo ocultar más
la claridad del cielo presentida.
Por fin, ventanas abiertas
y aire limpio atravesando
los espacios internos de la morada
que se ensanchan hasta disolverse,
más allá de las paredes,
en el espacio sin límites
donde dentro y fuera no son
más que palabras inútiles
que no contienen ya el anhelo
de un corazón abierto
a los vientos que han llegado
del sur a finales de enero.
Wakô Dokushô Villalba
22 enero 2021