Me he despertado llorando esta mañana.
Y no sé por qué lloro.
Lloro por todo,
lloro por nada.
Lloro porque necesito llorar de vez en cuando
como quien ríe por reír tan solo,
o como quien necesita gritar a la luna llena,
o caminar días enteros por bosques deshabitados.
Respiro y el aire me hace llorar.
Veo las gotas de lluvias suspendidas en las agujas de los pinos
y lloro desconsoladamente.
Se me desfonda el alma en agua
y mi pecho se sacude como cumbres tormentosas
que descargan truenos y lluvia a raudales.
Me hace llorar la bruma irreal que envuelve los árboles
-mi vida entera es de pronto igual de irreal-.
Ante este vacío sin medidas
llorar es lo único que me consuela.
Miro los pinos
y su tremenda quietud me conmueve
hasta las lágrimas.
Lloro porque me duele el pecho de no llorar
y porque siento que llorar de vez en cuando es bueno,
sin más,
llorar por llorar
como la lluvia cae por caer
sin más.
Lloro solo.
Lloro por mi y por todos mi amigos,
también por los enemigos que no tengo
o tal vez si tengo sin saberlo.
Lloro tal vez porque la soledad se abre a veces
como un abismo sin fondo
y llorar es la única manera
de llenar el vértigo de la ingravidez.
Lloro por todo los besos que no he dado
y por los que dí y quisiera volver a darlos
y ya no puedo.
Lloro porque me siento nada frente a una piedra,
porque la mirada del petirrojo me atraviesa
como si no hubiera nadie en mí.
Entonces lloro por haberme liberado de mí
por ser sin yo,
por ser sencillamente las cosas que son
y que aparecen de repente en la implacable rotundidad
de su existencia.
No sé por qué lloro.
Tampoco sé cuándo dejaré de llorar.
Tal vez me pase el resto de mi vida llorando,
tal vez mis días sean un llanto continuo
como la llovizna que lo empapa todo
y estremece hasta la médula.
Hoy,
tal vez porque el invierno me está conduciendo
hasta el corazón de sus tinieblas,
el cielo y yo somos un océano de agua soliviantada
y hasta los pinos lloran sin cesar
desde cada una de sus miles de agujas,
dulcemente
gota a gota.
Lloro como un niño de pecho.
Lloro porque no sé por qué lloro.
Lloro porque lloro sin saber por qué lloro.
Y así el llanto llama al llanto
agrietando las murallas de la sensatez
hasta que el corazón entero es un río desbordado
y el único consuelo es seguir llorando
hasta el vaciamiento pleno.
Y ahora que ya lo he llorado todo
un débil rayo de sol se desliza por el vientre gris del cielo
y viste el bosque con diez mil diamantes preciosos,
gotas de luz que brillan
sin saber porqué
ni para qué
dejando el alma exhausta y extasiada
ante el asombro.
Dokushô Villalba
25 de diciembre 2009
La práctica es el llanto que se llora a si mismo, por si mismo. Algún día quizás lo comprenda cuando las palabras se convirtan en llanto.
Gracias Maestro
Gasshō
Bello, profundamente sentido!
Un nudo en mi garganta y alegría por leer/sentir las palabras brotadas del corazón.
Gracias maestro
si lloro, o no
no es la cuestión
vivir es llorar
gracias maestro
Llanto de hojas doradas,
Beatriz
En aquella época en que fue escrito andaba mi yo también llorando por aquellos cerros de Luz Serena. Tremendamente bello maestro.